sábado, 2 de enero de 2010

Como una tortuguita

Que esconde la cabeza dentro de un caparazón rígido. Toda apretada y comprimida. Sin querer salir, o sin saber cómo salir.
Muchas veces, así me siento. Resguardada a los afectos, temiendo una tragedia, temiendo que la felicidad se escape. La pérdida.
Y no sé si tiene que ver sólo con la adopción (de hecho tuve varios momentos duros y de pérdida en mi vida) pero algo sí tiene que ver...
Tiene que ver en cómo uno se siente cuando es abandonado, o cuando no pueden quedarse con vos o cuando eligen no quedarse con vos, o cuando no hay otra elección que no quedarse con vos. Tiene que ver con sentirse rechazado o sentirse priorizado (porque puede suceder que ser dado en adopción sea eso: "ser priorizado" y que hayan elegido lo que en ese momento era mejor para ese bebé por nacer). Tiene que ver con mirar el vaso medio lleno o el vaso medio vacío. Nada más, ni nada menos.
De esa actitud dependerá nuestro caminar...
Es muy duro creerse rechazado. Te coloca en la postura de pensar que no fuiste lo suficientemente bueno como para que te quisieran. Así lo sentí un día, al tener a mi hijo en brazos, ¿cómo alguien puede abandonar algo tan bello? - pensé. Un bebé es siempre bueno, y siempre bello. Y comprendí que fue por circunstancias de la vida y que es ajeno a mí. Que no es mi culpa ni lo fue. Que fue decisión de otros.
Hoy puedo ver más claro que no sirve andar despacio y temerosa como una tortuguita. A mí no me sirve. Hay que atreverse a abrir el corazón y salir. Hay que tomar riesgos. Amar. Vivir. Ver el vaso medio lleno y saber que uno puede llenarlo del todo otra vez. Sacar la cabeza fuera del caparazón, agradecer lo que uno tiene, permitir las caricias y el sol y atreverse a la felicidad...
¡Por un 2010 sin caparazones!