miércoles, 27 de febrero de 2019

Ni de aquí... ni de allá

Ayer fui a ver "The Green Book", la película protagonizada por Viggo Mortensen y Mahersala Ali, ganadora al Oscar a Mejor Película (no me pareció tan maravillosa como me habían mencionado, pero bueno, es una opinión personal)


En una de las escenas dramáticas, el músico de raza negra increpa al chofer bajo la lluvia y dice una frase que me hizo pensar en quienes por alguna razón (adoptados/apropiados) no crecimos con nuestra familia de origen: "Si no soy lo suficientemente negro, si no soy lo suficientemente blanco, si no soy lo suficientemente hombre, entonces... ¿quién soy?"
La comparación en mi cabeza fue inmediata. He leído tantas historias de gente que encuentra sus orígenes pero no encuentra su lugar, que no se siente definitivamente ni de un lado ni del otro, que busca una pertenencia que nunca alcanza porque los sentimientos son errantes. Ambas realidades forman parte de lo que somos... A veces, una de las dos tiene más peso. Origen vs. crianza. Qué complejo es elaborar todo lo que uno es.
Quizá se trate de aceptar esa dualidad íntima, de entender que no es necesario elegir uno u otro, y que puede ocurrir que nunca estemos del todo cómodos o nos sintamos del todo parte. Que se puede permanecer en el medio del camino y ése sería "nuestro" camino. Sentirse cerca a unos por algo y a otros por otra razón.
Y entonces recordé este gran texto de José Luis Borges que siempre me impactó y creo que representa un poco esta dualidad....

"El cautivo

En Junín o en Tapalqué refieren la historia. Un chico desapareció después de un malón; se dijo que lo habían robado los indios. Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podría ser su hijo. Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa. Ahí se detuvo, tal vez porque otros lo detuvieron. Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.
Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa."

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